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Se nos dice que las dos cosas que más interesan a las personas son el amor y la personalidad. Esto no es extraño, porque todo el mundo quiere amar y ser amado; todo el mundo quiere sentirse necesitado; todo el mundo desea sentir que desempeña un papel importante en la vida. Y todos nos sentimos atraídos por la persona que tiene una personalidad exitosa.
Una cosa es cierta: cualquiera que sea nuestra personalidad, o lo que vaya a ser, está envuelta en esta idea: hay un Espíritu en el hombre y Dios mismo está encarnado en cada alma viviente. Este Espíritu dentro de nosotros es el regalo del cielo y sin él no estaríamos vivos. El reconocimiento de este Espíritu dentro de nosotros es el verdadero punto de partida para el desarrollo de la personalidad.
A menudo pensamos que tenemos que modelar nuestras vidas según las vidas de los demás. Pero la personalidad, por muy atractiva que sea, por muy convincente, por muy dominante, es más que una máscara que llevamos, es una manifestación de un principio interno y oculto, una chispa divina dentro de nosotros que utiliza tanto la mente como el cuerpo para su propia expresión.