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¿Cuál sería, entonces, la mejor actitud mental que debemos asumir si deseamos cooperar con la naturaleza para que mantengamos un cuerpo físico sano y vigoroso? Me parece que lo mejor sería tener una profunda convicción de que cada órgano, cada acción y cada función de este cuerpo físico está enraizado a la Vida Divina; que la circulación de nuestra sangre es la circulación de la Vida a través de nosotros, y que esta intrincada red que llamamos sistema nervioso es realmente un instrumento divino que, si se mantiene en sintonía con la Vida, establecerá la armonía en todo el cuerpo.
Supongamos que nos acostumbramos a decir cada noche al acostarnos: “Entrego mi cuerpo físico a la custodia divina. Duermo en paz, me despierto con alegría y vivo en una conciencia del bien. A lo largo de la noche, la naturaleza estará reconstruyendo cada átomo de mi ser según el patrón de una perfección Divina que existe en el centro de todo. Porque Dios está justo donde estoy, trabajando en y a través de mí ahora”.
Veamos si no podemos convertir en un hábito el decir cada mañana al despertar: “Este es el día que Dios ha hecho, y es un buen día. Toda la energía, todo el poder y todo el entusiasmo que pertenecen a la Vida son míos hoy”. Y antes de cada comida, supongamos que bendecimos nuestros alimentos y nos ponemos de acuerdo mentalmente con ellos. Y cuando el trabajo del día termine, aprendamos a dar gracias por el poder sustentador del Espíritu que nos ha mantenido durante todo el día. Esta sencilla práctica, utilizada con sinceridad, hará más por nosotros para mantener la salud física que cualquier otra cosa que podamos hacer.